Por Loly Abarca
Hacinamiento, drogas, crimen y violencia. Castigo. Esas son posiblemente las primeras palabras que uno asocia cuando piensa en los centros penales del país.
Parece ser que la sociedad costarricense dice llena de rabia “que se pudran ahí en la cárcel”. Queremos cerrar la puerta y tirar la llave.
Pero ¿qué pasa con las vidas, con los futuros de esas personas que un día quebrantaron la ley? En medio de lo que podría ser visto como un caos, miles de privados de libertad se esfuerzan por salir adelante a través del trabajo y el estudio.
Rafael entró a La Reforma con 20 años y sin saber leer ni escribir. Doce años después, se encuentra cursando sétimo año de colegio. A inicios de junio él contó su historia y ahora Interferencia, de las Radioemisoras UCR la da a conocer.
El papel de la cárcel
De acuerdo con el Director General de Adaptación Social, Luis Mariano Barrantes, la sociedad tiene una idea de que las personas que están en la cárcel son malas y por lo tanto las rechaza y estigmatiza.
Así lo asegura Raymond Monge, un privado de libertad internado en La Reforma.
Pero más concretamente de si uno es bueno o malo, Barrantes recalca que hay otros factores que pueden llevarlo a la cárcel. Algunas personas incurren en crímenes porque tienen una adicción, porque no tienen trabajo remunerado, porque tienen una escolaridad muy baja o también porque repiten comportamientos ilegales que creen que son normales, como lo es ser violento con la pareja.
La cárcel, en lugar de reforma y rehabilitación se ha convertido en sinónimo de castigo o incluso de venganza. “Todo se reprime con cárcel” dice el director de Adaptación Social. Él cree que deberíamos explorar otras alternativas al encierro, como por ejemplo tratamientos o terapias para que los delincuentes entiendan que “su conducta no es lo mejor”, cambien su forma de actuar y se reincorporen a la sociedad sin necesidad de estar presos.
Sin embargo, por ahora y en este contexto lo más que se puede hacer es intentar que las personas que caen en la cárcel tengan las herramientas para reinsertarse en la sociedad una vez que hayan recuperado la libertad. Los prisioneros tienen la posibilidad de trabajar o de estudiar en sus centros penales. Con este fin, el Ministerio de Justicia y Paz (MJP) garantiza, desde 1979, que los privados de libertad puedan terminar la escuela o el colegio en prisión. Ese fue el año en el que se dieron las primeras clases en La Reforma.
Segundas oportunidades
De las 13,698 personas que se encontraban privadas de libertad en mayo del 2017, 5,021 estaban estudiando en sus respectivos centros penales. Esto es, el 36.7% de los reos.
La escuela y el colegio se dan por medio del programa que coordina el del Ministerio de Educación Pública (MEP): el Centro Integrado de Educación para Adultos (Cindea). El primer nivel corresponde a la educación primaria y se puede sacar en un mínimo de tres años. Cindea-2 va de sétimo a noveno y se puede sacar en dos años mínimo. La tercera etapa corresponde a décimo y undécimo, y tarda al menos otros dos años. Luego de esto, los privados de libertad hacen las pruebas de bachillerato como cualquier otro estudiante.
«El Estado patrocinará y organizará la educación de adultos, destinada a combatir el analfabetismo y a proporcionar oportunidad cultural a aquellos que deseen mejorar su condición intelectual, social y económica»Artículo 83 de la Constitución Política |
En mayo de 2017 había 2,167 estudiantes de primaria y 2,620 de secundaria en las cárceles del país. Además, la Universidad Estatal a Distancia (UNED) imparte las carreras Administración de Empresas y Administración de la Salud en los centros penales. En mayo de 2017 tenía 234 estudiantes matriculados. Todas las cárceles del país tienen al menos un estudiante universitario, a excepción de la cárcel Adulto Joven (todos sus reos cursan ya sea la primaria o la secundaria) y la cárcel Juvenil Zurquí (sus privados de libertad no han alcanzado la edad suficiente para ingresar a la universidad).
Marvin Calvo, coordinador de parte del Ministerio de Justicia del área educativa de La Reforma, menciona que la educación en las cárceles está amparada por la Constitución Política del país, que garantiza la educación de adultos en su artículo 83. Pero asegurar la educación para todos los privados de libertad tiene sus problemas logísticos.
Siempre tienen que haber custodios en el área educativa: de lo contrario no se dan las clases. Por lo general están fuera de las aulas, excepto si el docente solicita específicamente que los acompañen. Aunque esto depende de cada cárcel. En la Reforma son 5 custodios para vigilar toda el área educativa (con más de 100 reos por turno). En La cárcel de Adulto Joven, en cambio, hay un custodio dentro de cada aula ya que los reclusos de ese centro penitenciario tienen un nivel de seguridad más alto.
Dependiendo del nivel de contención al que pertenezcan los reos, así será el tipo de educación que reciban.
Aquellos de seguridad baja (ámbitos A y B) y mediana (ámbito C) pueden acceder a la educación presencial, es decir que pueden ir al área educativa de su respectiva prisión y recibir las clases con docentes del MEP. Las poblaciones de seguridad baja y mediana no se pueden mezclar entre sí. Por este motivo los estudiantes del ámbito A y B de La Reforma sólo reciben clases en las tardes, mientras que los del ámbito C sólo van a las lecciones de la mañana. Si no fuera por esta medida de seguridad podrían aprobar los módulos en la mitad del tiempo.
Los privados de libertad en alta y máxima seguridad (ámbitos D y E respectivamente) no pueden salir de sus pabellones. En cambio, profesores del Ministerio de Justicia les llevan los libros y cuadernos a inicio del período lectivo y los estudiantes aprenden solos. Algunos logran salir adelante y terminar el colegio o la universidad sin salir nunca a clases. Si los reos tienen dudas puntuales, los profesores podrían visitarlos y tratar de explicarles. Sin embargo, esto no siempre es posible porque en ocasiones no hay profesores especializados en la materia.
En el área educativa de la Reforma hay cinco profesionales del Ministerio de Justicia entre coordinador y profesores. En el centro penitenciario de mujeres, Vilma Curling, hay tres; mientras que todas las otras cárceles cuentan con uno o a lo sumo dos.
Por este motivo, a los reos en alta y máxima seguridad se les dificulta avanzar en sus estudios.Ni qué decir de aquellos que están en el programa de alfabetización.
Aunque esto podría cambiar pronto: este año Justicia inició un plan piloto con estudiantes del ámbito D de La Reforma; cuando termine el curso lectivo se evaluará si se extiende a otras cárceles. Por primera vez en más de 18 años, 33 estudiantes de alfabetización, 33 de sexto grado y 11 que están participando de un taller de educación espiritual fueron escogidos para llevar clases directamente en el área educativa. Eso sí, se ha reforzado la seguridad: ellos son los únicos estudiantes de la Reforma que reciben lecciones en un aula cerrada con candado y en la que adentro hay un custodio.
Edy Enrique López es uno de esos 33 reos de mediana seguridad que logró volver a las aulas. En este 2017, López está cursando sexto grado de escuela. Si logra aprobar las materias, podrá presentar las pruebas nacionales. «Esto es como un sueño», dice.
El estudio
En las cárceles hay mucho tiempo ocioso. Los reos lo dedican en buena parte a hacer ejercicio o ver televisión. Los ámbitos están hacinados, son espacios ruidosos, con poca iluminación y que no están adaptados para estudiar y hacer tareas. Monge cursa séptimo año en la Reforma pero se le dificulta estudiar en su pabellón.
El área educativa tampoco está completamente adaptada para estudiar. Calvo menciona que hay un atraso importante en la infraestructura. Las aulas tienen goteras, no hay buena iluminación ni ventilación, a veces falta la electricidad. Pocos tienen acceso a la biblioteca (que es de la UNED), principalmente porque no hay una persona encargada del préstamo de libros y porque la base de datos de la colección no está actualizada. Solo los estudiantes universitarios o que lleven cursos técnicos de informática pueden acceder a las computadoras.
También hay faltante de materiales. Cada cárcel pide al Ministerio de Justicia a inicios del año lectivo la cantidad de cuadernos, libros y lapiceros que necesitan según la cantidad de alumnos matriculados y sólo los entrega a cada privado de libertad contra firma. A pesar de lo anterior, a medida que avanza el ciclo lectivo se evidencia que los materiales no alcanzan.
Pocos días después de que hablamos, López tenía un examen. Él se quejaba de que no tenía libros para estudiar.
El coordinador del área educativa explicó que los reos venden sus libros a cambio de un poco de dinero extra. En los puestos de control de salida han interceptado visitas que intentan sacar los libros de texto que usan en la cárcel para poder venderlos o darlos a familiares. Alejandro Cedeño, profesor de Estudios Sociales y Educación Cívica en La Reforma, explica que cuando hay requisa en los pabellones, los guardias o incluso otros reos destruyen los cuadernos de los estudiantes. Por otro lado, hay personas que no pueden dejar el vicio, entonces arrancan pedazos de papel de sus cuadernos y libros para enrollar puros.
Finalmente, Calvo admite que también hay limitantes de presupuesto. Entonces, queda a decisión de él y de los coordinadores de otros centros quiénes reciben libros y quiénes no.
No se sabe a ciencia cierta cuántas personas se han graduado de las diferentes modalidades desde que se empezó a dar clases en las cárceles ni tampoco cuántos han desistido (las autoridades del MJP insisten en que la deserción escolar es mínima, Cedeño dice en cambio que es muy alta) ya que el Ministerio de Justicia no mantiene estas estadísticas y el Ministerio de Educación Pública no atendió las consultas.
Además de las educación formal (primaria, secundaria y universidad), los privados de libertad también tienen acceso a la educación informal por medio de cursos de idiomas, clases de guitarra, y talleres de cocina o de dibujo, entre otras posibilidades.
La seguridad
Como en cualquier otro colegio o escuela, hay estudiantes buenos y otros no tan buenos.
Personas que entran a la cárcel con condenas cortas son reclutados a lo interno “por criminales de alta monta” y pandillas, según Calvo.
En el área educativa, sin embargo, da la impresión de que la seguridad está lejos de ser el problema principal. En los últimos años, dos estudiantes fueron apuñalados dentro de las aulas de la Reforma. Pero “casi nunca ha pasado algo con profesores”, asegura Cedeño. Si un privado de libertad causa problemas cuando está en clases, pierde el privilegio de recibir las lecciones en el aula.
Los reos hacen un esfuerzo para seguir en clases, ya que la educación podría ayudarles a salir más rápido de la prisión. El sistema judicial costarricense permite acortar las condenas de los prisioneros que han demostrado tener buen comportamiento. También tienen que pasar las evaluaciones psicológicas, psiquiátricas y sociales que comprueben que están listos para reinsertarse en la sociedad. Entonces, por cada dos días que pase haciendo algo productivo (como estudiar o trabajar), se le beneficia con un día. Cualquier privado de libertad puede aplicar a este beneficio, según lo estipulado en el artículo 55 del Código Penal.
La posibilidad de salir antes de la cárcel y el deseo de superación impulsan a miles de personas a combatir el hacinamiento, las distracciones, las drogas, la inseguridad, la violencia la falta de materiales y los espacios poco adecuados para estudiar.
López es uno de ellos. Dice que quiere sacar un título “para no ser un vago más”. Para él, estar preso más que un reto significa que tiene una segunda oportunidad en la vida.
Proyecto publicado: http://www.radios.ucr.ac.cr/estudiar-en-la-carcel-una-oportunidad-para-salir-adelante?emisora=radio-universidad
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