Por: Alejandro Ponce
Programa Estado de la Educación estima que cada tres meses sin clases presenciales representan un año de atraso; exministros recomiendan revisar modelo de educación a distancia, enfocarse en contenidos esenciales y revisar plan de evaluación
La educación a distancia impuesta por la covid-19 puede dejar secuelas graves y duraderas en la formación de un millón de alumnos de escuelas y colegios públicos.
Según Isabel Román, directora del Estado de la Educación (del programa Estado de la Nación), tres meses sin clases presenciales equivalen a un año de rezago estudiantil.
Es decir, en la víspera de cumplirse ocho meses de pandemia, los estudiantes costarricenses podrían sufrir un atraso de casi tres años en su proceso de aprendizaje.
“El rezago va a existir, es algo que es muy difícil de evitar, pero podemos disminuir su impacto», sostiene la investigadora Román.
«La relación entre docentes y estudiantes debe ser muy buena y autocrítica para fortalecer los puntos esenciales de la malla curricular, porque el mayor perjudicado siempre será el estudiante”, asevera.
A distancia o virtual
Aunque nadie podía anticipar la llegada de la emergencia sanitaria, las soluciones implementadas por el Ministerio de Educación Pública (MEP) no han resultado tan efectivas como se hubiera deseado.
Según voces expertas y padres de familia consultados para este reportaje, no se puede decir que en Costa Rica se esté desarrollando un proceso de educación virtual, sino uno a distancia.
De hecho, se trata de modelos educativos completamente distintos.
El primero exige conexión a Internet e interacción constante entre alumno y profesor. En el segundo el acompañamiento y el acceso a material son más limitados.
Uno de los factores que sustenta la afirmación de que el modelo implementado en el país es educación a distancia tiene que ver con la cobertura.
Casi el 45% de los alumnos matriculados este año no se registraron en la plataforma Microsoft Teams, implementada por el MEP cuando se suspendieron las clases presenciales.
Y en muchos casos, aún con acceso a la plataforma, la solución se ha traducido en una repartición a veces desordenada de guías y fechas de entrega de materiales.
Las guías, distribuidas de forma presencial o por medio de WhatsApp, se revisan cada semana o cada dos o tres semanas, dependiendo del centro.
Lo anterior es educación a distancia y no interacción virtual.
Otra barrera ha sido el hecho de que no todos los estudiantes del sistema público tienen acceso a Internet o dispositivos para conectarse.
De hecho, un estudio del MEP indica que el 34,8% no tiene conexión a la web en sus hogares.
Sin esa herramienta, los alumnos deben tratar de mantenerse vinculados al aprendizaje a través de fotocopias, y recargas telefónicas esporádicas para hablar con sus profesores y recibir material.
No obstante, padres y estudiantes relatan que el proceso a veces se torna complicado porque las copias no llegan a tiempo o salen repetidas, o se presentan desórdenes en la distribución.
También indican que no todos los docentes están disponibles vía chat cuando los alumnos los necesitan, o bien, estos no están presentes en los horarios que manejan los educadores.
“La pandemia ocasionó que pasáramos de un modelo centrípeto, en el que todos iban al MEP, a un modelo centrífugo donde el MEP tiene que llegar a todos, y ese paso mostró aún más la desigualdad que existe”, valora Édgar Mora, exministro de Educación.
A criterio de Mora, uno de los principales fallos del MEP al implementar el proceso educativo a distancia, es que solo se plantearon dos escenarios para los estudiantes: quienes tienen conexión y quienes no. Y eso, según opina, es muy general.
En ese sentido, sostiene que la construcción ideal hubiera sido “una tipificación (el ajuste) de los estudiantes que permita su desenvolvimiento en el entorno que se encuentra”.
Leonardo Garnier, quien dirigió al MEP del 2006 al 2014, coincide en que la pandemia abrió marcadas brechas debido a la gran diversidad de alumnos y familias del sistema educativo.
“El reto puede ser más grande de lo que parece, porque el rezago es algo que va a suceder. Se debe buscar replantear los objetivos de estudio, buscar un mayor enfoque en aquellos contenidos que son verdaderamente esenciales dentro de la malla curricular para que nuestros alumnos tengan un rezago lo menos grave posible”, recomienda.
Garnier destaca que el principal objetivo para disminuir el impacto debe recaer en dos puntos: “Los estudiantes deben velar por el modelo de autoaprendizaje y autodisciplina para evaluar los contenidos que aprenden, y los profesores deben mejorar su desarrollo en el modelo de docencia virtual”.
El exministro Mora menciona que hay dos aspectos que se pueden fortalecer y cambiar en el corto plazo para beneficiar a los estudiantes: “Rediseñar el plan de evaluación para que sea congruente con la transformación curricular que ha ocurrido y mejorar el vínculo entre maestros y padres de familia, quienes han tenido que tomar el rol pedagógico con sus hijos”.
Por el momento, las únicas estrategias anunciadas para tratar de llenar los vacíos dejados por la falta de asistencia a las aulas son procesos de acompañamiento cuando regresen a clases presenciales, tarea que corresponderá al docente del nuevo nivel, pues en 2020 ningún estudiante reprobará.
Para estudiantes de sextro grado, los contenidos se complementarán en el colegio y para los estudiantes de último año de secundaria, la responsabilidad de nivelarlos recaerá sobre las universidades.
Así lo dio a conocer el MEP, a finales de agosto, cuando informó de que este año no habría retorno a las aulas y que en el 2021 el regreso a las clases presenciales no será al 100%.
Además del bajo alcance de la educación a distancia, hay que sumar la deserción escolar.
Según un censo realizado por el MEP, no se tiene información de al menos 91.000 alumnos que abandonaron el sistema educativo en medio de la pandemia.
Según la ministra de Educación, Guiselle Cruz, la falta de asistencia de estudiantes se ha dado por factores socioeconómicos y propios de cada familia.
“Puede ser que no hay servicio de Internet donde vive el estudiante. La familia no tiene dinero para contratar este servicio o para tener un dispositivo”, señala Cruz.
“La ausencia estudiantil también puede deberse a una falta de guía de los padres, que consideran que las clases a distancia no sirven, que no vale la pena que sus hijos sigan en clases desde casa, o que los trabajos enviados a los estudiantes terminan siendo carga extra para los padres”, agrega.
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Cerca de 1.000 docentes –de los 66.000 que hay en todo el país– se trasladan a los centros educativos para usar los laboratorios de informática y poder comunicarse con los estudiantes, ya que tampoco tienen Internet en sus hogares.
Además, alrededor de 400 educadores que no tienen conexión, no se han reportado al MEP.
Una consulta realizada por el Informe Estado de la Educación a 42.074 docentes de centros educativos públicos evidenció que algunos tienen dificultades para contactar a los estudiantes.
Al momento del estudio, había 2.397 docentes, aproximadamente un 4% que no habían logrado establecer conexión con sus alumnos.
Pese a que la mayoría de docentes sí logran impartir las clases a distancia (96% según los datos del MEP) con el envío del material por WhatsApp o correo, hay otro problema que la mayoría experimenta: mejorar sus competencias tecnológicas.
Inclusive, el MEP buscó capacitarlos mediante cursos.
“El hecho de que un docente tenga Internet no asegura una interacción adecuada con sus alumnos. Es necesario tener destrezas tecnológicas para transmitir de forma clara contenidos y didácticas apropiadas para mantener el interés de los estudiantes”, explica Isabel Román.
Reportaje publicado en La Nación
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