Por Eber Víquez
Entre las plantas que adornaban uniformes las tierras de labranza a principios de 1980, cayó una semilla que con ayuda de las lluvias y el tiempo revelaría sus tallos y hojas diferentes. Nació con el nombre de agricultura orgánica y creció para convertirse en una ‘alternativa’ a la producción agrícola convencional.
Hoy la planta es un árbol que esparce semillas en el terreno fértil de un mercado poblado por consumidores más inclinados a premiar con sus compras a las empresas que cuidan del ambiente, con más puntos de distribución y un tejido de empresas en expansión.
El empuje de la actividad está cambiando, de a pocos, el rostro que hasta ahora ha caracterizado a los 80.000 costarricenses, que según el Censo Agropecuario del 2014, se ganan la vida trabajando la tierra.
Las facciones del agricultor tradicional están bien documentadas. Aplastantemente masculino, con una edad promedio de 54 años, con bajo nivel de escolaridad y modestas alternativas de capacitación.
Es una descripción que podría no empatar con la de quienes desarrollan emprendimientos relacionados con la agricultura orgánica. Aunque no hay datos sobre esta población en el Censo, la información disponible apunta a una participación más importante de las mujeres en esta rama agrícola y un pensamiento ecológico que los motiva a trabajar.
Mercado maduro
La agricultura orgánica dista de ser nueva en Costa Rica. Un informe del 2013 generado por IBS Soluciones Verdes para el Programa Nacional de Agricultura Orgánica (PNAO) del MAG, estima que el cultivo orgánico empieza en la década de 1980 en la provincia de Cartago.
La expansión de la actividad se da de la mano de la producción agrícola para exportación pues fue en los mercados internacionales donde los productores encontraron mayores oportunidades. El estudio de IBS Soluciones Verdes establecía que hace tres años un 69% de la producción orgánica estaba orientada a la exportación.
No obstante, con el tiempo la agricultura orgánica ha ganado terreno en el gusto de un consumidor costarricense que se vuelve más exigente, más consciente y más sofisticado. El estudio Perfil del Consumidor, desarrollado por la empresa Unimer para EF, muestra que un 41% de los costarricenses residentes en la Gran Área Metropolitana busca un sello que demuestra que el producto es amigable con el ambiente. Esto es un aumento de tres puntos porcentuales con respecto al 2014.
El surgimiento de ferias semanales donde los productores pueden comercializar sus productos orgánicos y una mayor demanda por parte de restaurantes y fabricantes de bienes comestibles le da mayores oportunidades a los productores en el mercado costarricense.
A la Feria Verde de Aranjuez, una de las más conocidas, se han sumado Mercado Orgánico en Curridabat y Kilómetro Cero en Escazú, entre otras. También operan gran cantidad de supermercados enfocados en los productos orgánicos como Green Center, Ayni y el Mercadito de la Esquina, entre muchos otros.
Todas estas opciones abonan la demanda de productos orgánicos y el nacimiento de nuevos emprendimientos como Kahana, empresa que instala huertas verticales.
Nuevos rostros
Detrás de este empuje se encuentran los 3.769 costarricenses que, según cálculos del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), se dedicaban en el 2015 a la agricultura orgánica. El número representa un incremento con respecto a las 2.150 registradas por el estudio de IBS en el 2013.
De esta población un 36% son mujeres y un 64% hombres. Las cifras representan una menor brecha de género en comparación con la agricultura tradicional, donde 84% son hombres y 16% mujeres.
La actividad se desarrolla a punta de conocimiento empírico, pues solo un 17% de las personas involucradas en la producción orgánica cuenta con capacitación, según determinó el Estudio de Demanda en Agricultura Orgánica realizado por el INA en 2015.
Aunque el Instituto inició sus capacitaciones en agricultura orgánica en la década de 1990 a través del Núcleo Agropecuario (NA), el alto porcentaje de personas valiéndose solo de conocimientos empíricos denota una menor cobertura de la instrucción en comparación con el campo de la agricultura tradicional.
Ahí un 24% de las personas recibieron algún tipo de capacitación de acuerdo con los datos del Censo Agropecuario, aunque persiste un 76% de ellas que continúa por el camino empírico.
Si bien menos capacitados, los productores orgánicos buscan la fuerza en la unión. Su participación en organizaciones es mayor a la que registran los productores tradicionales y les abre posibilidades de buscar alianzas para comercializar sus productos, como Huertos Urbanos de Costa Rica.
Aunque un 47% de los productores orgánicos no participa en ninguna organización, el porcentaje aumenta en la esfera tradicional, donde un 68% de sus trabajadores omite el vínculo con sus colegas.
En etapa de crecimiento
Las iniciativas orgánicas demuestran un espíritu de emprendedurismo que se manifiesta en cada uno de los diferentes tipos de empresas estudiadas por el INA.
En orden de tamaño las microempresas (hasta cinco personas) representan el 53%, las pequeñas empresas (hasta 30 personas) un 19%. Un 28% de las empresas productoras estudiadas por el Instituto son medianas o grandes (hasta 100 empleados).
Según los cargos que pueden tener los representantes de una organización o empresa, un 51% corresponde al dueño, gerente, encargado o directivo; el 39% corresponde a trabajador profesional y un 10 % a funcionarios públicos.
Si en la agricultura tradicional se toma en cuenta el total de 93.017 fincas, en un 85% de ellas las personas laboran como productores y solo en un 15% son propietarias – administradoras o administradoras de la finca.
Lo anterior parece demostrar que en la agricultura orgánica hay más posibilidades de dirigir la empresa o finca para la que se trabaja, pues de los productores independientes en esta área (47%) un 96% ocupa el puesto de propietario-trabajador.
A la sombra tradicional
Bajo el árbol de la agricultura tradicional se cobijan 80.987 productores. Ellos laboran en las 89.902 fincas con tierra a nivel nacional, que en total cubren una extensión de casi dos millones y medio de hectáreas.
Los datos pintan un rostro humano envejecido y de piel curtida por los muchos años y jornadas bajo el sol. Además el Censo Agropecuario estableció que el 84,4% de las personas productoras son de sexo masculino.
Naranjo es el cantón con la proporción menos diferenciada: 72,7% de sus productores son hombres y 23,3% mujeres. A menos de 30 kilómetros de allí se encuentra el cantón con la proporción más diferenciada: Zarcero, donde sólo 4,1% son mujeres.
En todo el país los porcentajes son aún más polarizados cuando se trata de quién administra la finca. Mientras que el porcentaje medio para las mujeres que trabajan en la finca es de 16,1%, este se reduce a la mitad cuando se trata de cuántas de ellas administran la finca.
En promedio los agricultores del país rondan los 50 años. La edad promedio total más baja se encuentra en Talamanca (1.555 personas estudiadas), con 46,4 años.
Al contrario, en San Pablo de Heredia la edad total promedio es de 71 años. Heredia es la provincia con la edad promedio más alta, con 57.2 años. En 6 de sus 10 cantones los productores sobrepasan los 60 años, mientras que en Limón la edad promedio es la más baja con 51,1 años.
En términos educativos, el Estado de La Nación indica que uno de los factores que explican la pobreza de las personas ocupadas son los años de educación que exhibe cada clase social. Desde 1980 las clases con promedios más altos de escolaridad son las que progresaron más.
Los obreros agrícolas tradicionales se estancaron en esta área, pues en 2014 su escolaridad promedio era similar a la de finales de la década ochentera. De acuerdo con el último Censo Agropecuario, 42,57% no completaron la primaria (casi la mitad) y solo un 5,34% logró completar la secundaria.
Sello vital
De acuerdo con el Reglamento de la Agricultura Orgánica Nº 29782-MAG, esta práctica promueve la producción ecológica, social y económicamente sana de alimentos y fibras, tomando la fertilidad del suelo como un elemento fundamental para la producción exitosa, respetando la capacidad natural de las plantas, los animales y los terrenos.
Los organismos genéticamente modificados y los productos provenientes de estos no pueden ser utilizados en la producción orgánica.
Además su práctica debe de realizarse “en una unidad cuyas parcelas, zonas de producción y almacenes estén claramente separados de cualquier otra unidad que no produzca con arreglo a las normas del presente reglamento”.
La certificación se debe renovar cada año y existen tres modalidades para obtenerla: por finca, proceso de cultivo y comercialización.
En Costa Rica hay cuatro agencias certificadoras privadas: Eco-LÓGICA S.A. y Kiwa BCS Oko Garantie GmbH (ubicadas en San José), Control unión Perú S.A.C (Cartago) y PRIMUSLABS.COM DE CR S.A. (Heredia).
De acuerdo con Rocío Aguilar, coordinadora del PNAO del MAG, es posible obtener una “certificación participativa” a través de la Unidad de Acreditación y Registro en Agricultura (ARAO) del ministerio.
En esta opción los costos se dividen entre las personas que integran el GPO (grupo productores orgánicos) y por ello resulta menos costosa. Además ellas pueden verificar por sí mismas el cumplimiento de los lineamientos orgánicos y la normativa europea, con el acompañamiento técnico de ARAO o de las agencias privadas.
Según Aguilar, en el caso de los productores independientes o que no estén en un GPO la única forma de certificarse es con las agencias privadas, pues el Estado no ofrece una modalidad de certificación para este grupo.
A la agricultura orgánica le tomó casi cuatro décadas abrirse un surco en el gusto de los consumidores, ventanas de oportunidades en puntos de distribución y tejer negocios con restaurantes y fabricantes de alimentos.
Tras años de trabajo, los frutos lucen prometedores. Esta es una actividad que no sustituirá a la agricultura tradicional, pero que sí le añade variedad al sector.
Proyecto publicado en El Financiero
Deja una respuesta