Hace 18 años, cuando trabajaba en el puesto de aduanas de Sixaola, Roberto Serrano solía usar su tiempo libre para hacer una de sus rutas favoritas en bicicleta: visitar Gandoca. Ahí aprovechaba para comer en una casa que estaba a unos 150 metros de la playa.
“Esa casa en estos momentos está a 50 metros de la playa”, me comenta Roberto, mientras caminamos sobre la arena, bajo una llovizna caribeña, una mañana de inicios de noviembre.
Serrano se enamoró tanto de Gandoca que ahí se quedó, y hoy es un microempresario turístico en este pueblo limonense del cantón de Talamanca, que pertenece al Refugio Silvestre Gandoca- Manzanillo.
La casa que ahora está más cerca de la playa donde Serrano solía comer, pertenecía a Elidia, abuela de Nancy McCarthy, quien forma parte de la Asociación de Desarrollo Integral de Gandoca.
Cuando hay fuertes oleajes en la zona, el mar entra a las casas que se encuentran cercanas a la costa, entre ellas, la que era de su abuela, describe Nancy.
“El mar se le metía adentro de la casa y ella es una adulta mayor, entonces tuvieron que hacerle un traslado y se vino a vivir aquí más adentro, al pueblo”, cuenta Nancy desde el comedor del Liceo Rural de Gandoca, donde trabaja como cocinera.
Más hacia el norte, en Manzanillo, la situación no es tan distinta. José Ugalde y Andrea Sánchez están preocupados porque la playa se va achicando debido a la erosión costera. El mar va ganando terreno y expone las raíces de los árboles hasta derribarlos, cuentan.
“Día con día, el mar recupera terreno y se va metiendo más hacia dentro y eso nos preocupa como locales y como gente de mar que somos”, comenta Ugalde, quien es el coordinador de proyectos y enlace institucional de la Asociación de Pescadores Artesanales del Caribe Sur.
A Sánchez, quien es emprendedora y tiene un negocio de hospedaje en Manzanillo, la erosión costera la ha puesto en aprietos, especialmente cuando grandes oleajes han dejado huecos y “gradas” en la arena, conocidas como escarpes, según relata.
La erosión costera es el proceso por el cual parte del sustrato -sea tierra firme o playa- empieza a perderse por el golpe de las olas, lo que ocasiona daño en la infraestructura y en la biodiversidad, explica Omar Lizano, oceanógrafo del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR) de la Universidad de Costa Rica (UCR).
En el caso del Caribe Sur, un estudio realizado por la Universidad Nacional (UNA), enmarcado en el Programa de Geomorfología Ambiental, reportó un proceso de erosión acelerada en varios sectores. De los lugares más afectados se encuentran las playas de Cieneguita, el Parque Nacional Cahuita y el Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo.
Entre Punta Mona y la desembocadura del río Sixaola, donde se encuentra Gandoca, en el período del 2005 al 2016, se perdieron 13 metros de costa a una velocidad de 1,2 metros al año, según otro estudio del Programa de Geomorfología Ambiental de la UNA.
En el mismo período, en playa Manzanillo, cerca de la entrada al refugio de vida silvestre, se han perdido 2,1 metros al año, lo que se traduce en una pérdida total de costa de 23 metros entre el 2005 y el 2016.
Esta erosión está asociada a graves eventos de oleaje, los cuales se ven alterados por distintos factores, entre ellos, el aumento del nivel del mar, una de las consecuencias del cambio climático, según se señala en el último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC).
De hecho, si se continúa con altas emisiones de gases de efecto invernadero, el ascenso del nivel del mar podría aumentar entre 0,61 metros y 1,10 metros para el 2100, según IPCC, lo que agravaría la erosión costera y aumentaría la vulnerabilidad al cambio climático de las comunidades caribeñas que están cerca de la línea de costa.
La falta de datos sobre el ascenso del nivel del mar en el Caribe Sur no permite determinar con certeza cuál ha sido el impacto del cambio climático a la erosión costera. Sin embargo, Gustavo Barrantes, geógrafo e investigador de la UNA, afirma que la erosión costera se agravará en el futuro debido al efecto del cambio climático.
En esta zona, la erosión costera tiene distintas causas que van desde la geodinámica local, es decir, el movimiento de placas, la migración de las desembocaduras de los ríos, el aumento de los vientos y del nivel del mar, hasta la construcción de infraestructura cerca de la costa, explican Barrantes y Lizano.
“No podemos decir que es solo un elemento (la causa), pero sí hay un forzamiento externo en este momento que es el cambio climático y va a ir aumentando su relevancia en el tiempo y posiblemente supere muchos de los otros elementos”, me aclara Barrantes.
Esto, que los especialistas intentan explicar con términos científicos, es lo que preocupa a las comunidades caribeñas que ya afrontan las consecuencias de la erosión y buscan mecanismos de adaptación para sobrellevar sus impactos.
“No queda playa como antes”
Caminamos más por la playa y Roberto Serrano nos muestra el mangle. Mientras avanzamos, cuenta que la erosión afecta una de las actividades turísticas más relevantes de la zona: el desove de tortugas.
Él lo conoce bien; lo ha visto con sus propios ojos cuando se dedica al proyecto Kaniki, una iniciativa agro turística.
“Le puedo decir que, en el 2012, habían desovado como 500 tortugas. El año pasado, según reportes del Ministerio de Ambiente y Energía (Minae), las que desovaron este año fueron 75 tortugas”, lamenta.
Nancy McCarthy me cuenta también, que la erosión costera ha afectado la movilización de las personas de Gandoca hacia sus trabajos. Según narra, hay personas que trabajan en Punta de Mona y, cuando el oleaje aumenta, se les dificulta el traslado, ya que el terreno está erosionado e inestable.
Aproximadamente a un kilómetro de donde conversé con estas personas me encuentro con Aquiles Rodríguez, líder comunal y agricultor, quien confirma el escenario descrito por los otros lugareños y añade que, cada año, el mar entra con más fuerza. “Lo que queda de playa es casi nada, apenas el mar se alza, no hay playa, la marea baña todo (…) no queda playa como antes”, repite con nostalgia.
Rodríguez también señala que las olas del mar ya están afectando a los árboles más lejanos de la línea de la costa como el gavilán, el cativo y la palma yolillo.
En Manzanillo, la emprendedora Andrea Sánchez expresa que las mareas altas son como un “Pac-Man”, en referencia al conocido videojuego en que una boca amarilla va comiendo lo que encuentra por delante, aunque en la vida real lo que come el mar es la playa, zona llena de biodiversidad, de la cual dependen en buena medida los ingresos de las personas que habitan en esta zona.
La emprendedora recuerda que en enero del 2020 hubo un oleaje bastante fuerte, que dejó la playa con más efectos de erosión, lo cual le preocupa porque la playa es de los principales atractivos de su negocio de hospedaje.
“De los mismos palos que el mar traía, empezamos a usarlos de relleno, porque donde estaba la capa continental, se hizo un hueco (…) Era como un acantilado y empezamos a rellenarlo con palos y con sacos”, recuerda.
Este evento de extremo oleaje que Sánchez describe, calza con los pronósticos realizados por el Módulo de Información Oceanográfica del CIMAR, el cual pronosticó fuertes oleajes entre el lunes 13 de enero hasta el 20 de enero del 2020, donde hubo olas hasta de 4 metros o más.
Ante este escenario, el Programa de Geomorfología Ambiental de la UNA realizó una gira para conocer el impacto provocado por ese período de fuerte oleaje e identificaron daños por erosión costera en Talamanca.
“El oleaje severo presentado entre el 13 y 16 de enero de 2020 provocó transformaciones sobre las playas del Caribe Sur e incluso en algunos sectores un retroceso temporal de la línea de costa que se evidenció en la afectación sobre la vegetación permanente que marca el final de la playa”, se indicó en el informe escrito de la gira.
La evidencia está ahí. Existe una clara relación entre el oleaje y la erosión costera, que no es un proceso de todos los días, sino que depende de esas grandes olas, señala el geógrafo Barrantes.
No es que todos los días se vaya perdiendo un pedacito de playa, que es como uno se imagina, sino que está muy relacionado a episodios de oleaje severos”, aclara.
Eventualmente, según el científico, el cambio climático no solo va a provocar el ascenso del nivel del mar, sino que va a provocar un aumento, ya sea en frecuencia o magnitud, del oleaje.
El impacto para estas comunidades es tal, que no solo se relaciona con sus ingresos económicos, sino incluso con actividades lúdicas como eventos de pesca y partidos de fútbol que se realizaban en Manzanillo, según recuerda el pescador José Ugalde.
Ahora, con la erosión costera y el retroceso de la línea de la costa, el área ha disminuido, por lo que realizar esas actividades se dificulta, según menciona Ugalde
La adaptación desde las comunidades
En el 2018, la Asociación de Organizaciones del Corredor Biológico Talamanca Caribe (ACBTC) ejecutó un proyecto en la zona que buscaba generar medidas de adaptación ante el cambio climático desde la realidad de las comunidades.
Uno de los objetivos del proyecto fue restaurar áreas de manglar. Esta misión estuvo a cargo de un grupo de mujeres habitantes de Gandoca, entre ellas, Nancy McCarthy.
A las 4 de la mañana estábamos camino a la playa para ir a sembrar en las zonas donde había humedales (…) En toda la orilla sembramos mangle, cocos, nones y uvilla de mar”, señala.
Según Karla Murillo, directora ejecutiva de ACBTC, se recuperaron 25 hectáreas de mangle en el Refugio de Vida Silvestre Gandoca Manzanillo. Esta siembra se realizó con el fin de proteger la zona costera de la erosión, ya que el mangle disminuye la fuerza de los vientos y amortigua el impacto de las olas.
El proyecto ejecutado en el Refugio Silvestre Gandoca Manzanillo, también se puso en marcha en el Parque Nacional Cahuita, donde se mejoró la infraestructura y se compró equipo para el monitoreo de arrecifes de coral. Se trabajó además, en la Cuenca del Río Carbón, donde se realizó una recuperación de microcuencas, entre otras actividades.
Este tipo de medidas se suscriben en el concepto de Soluciones Basadas en Naturaleza (SBN), promovidas internacionalmente para la adaptación de las comunidades ante el cambio climático. Consisten en acciones dirigidas a proteger, gestionar y restaurar de manera sostenible ecosistemas naturales o modificados.
Las SBN buscan hacer frente a retos de la sociedad como el cambio climático, la seguridad alimentaria e hídrica y además, aportar al bienestar humano y al de la biodiversidad, esto según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En el caso de Gandoca-Manzanillo, tres años después, las áreas de mangle están recuperadas y hay árboles que miden hasta 5 metros. Además, según Murillo, ahora en la zona se observa más fauna, como cangrejos y aves.
Roberto Serrano, quien también estuvo presente durante la ejecución del proyecto, dice que este dio muy buenos resultados, pero sabe que se requiere un constante seguimiento.
Yo pienso que es importante que este proyecto continúe a lo largo de la costa. No solamente Gandoca está sufriendo o va a sufrir, si no toda la población del Caribe se va a ver afectada”, resalta.
En el caso de la erosión costera, existen SBN que pueden reducir sus efectos. Por ejemplo, la restauración de arrecifes, la siembra de pastos marinos y plantas rastreras, así como la protección de humedales y praderas marinas.
Lilliana Piedra, bióloga de la UNA, explica que esas prácticas colaboran en la retención de sedimentos y en la reducción de la fuerza del oleaje. En el caso de los arrecifes, estos funcionan con un muro de contención natural que reduce la energía con la que las olas llegan a la playa.
Sin embargo, los protectores de los arrecifes, como José Ugalde, tienen un gran competidor: el pez león. “Tener este pez en el agua es como tener pesca de arrastre”, comenta él. Un solo individuo de esta especie, puede causar la reducción de más del 75 % de la densidad de peces jóvenes de un arrecife, esto según la UCR.
Además de tener una reproducción alta y rápida, su alimentación incluye animales que suelen comercializarse (como langostas, camarones y pargos) así como especies que generan un equilibrio en el ecosistema arrecifal.
Para reducir los efectos que el pez león causa, Ugalde y su equipo acuden a una serie de prácticas como inmersiones periódicas para pescarlo. También gestionan el Torneo Anual de Pez León en Costa Rica, del cual Ugalde es el organizador.
El geógrafo Barrantes forma parte de un proyecto que trabaja el tema de la erosión costera y la gestión de riesgo con las comunidades del Caribe Sur. El proyecto de la UNA, llamado Erosión costera, geodinámica regional y gobernanza para la gestión del riesgo socioambiental en el Caribe Sur, busca trabajar con la comunidades con el fin de que estas puedan enfrentar la erosión con sus propias herramientas.
“La idea nuestra es que (las comunidades) puedan sensibilizarse con el tema, comprenderlo de una forma llana y que puedan elaborar sus propios planes, que se organizarse en como comunidad, que puedan tomar decisiones de manera, conjunta y sustentada en una base de conocimiento científico”, indica Alejandra Ávila, quien forma parte del proyecto y es investigadora en la Escuela de Planificación y Promoción Social de la UNA
Otras medidas
Las SBN no son las únicas formas de enfrentar la erosión costera, aunque sí son costo-efectivas. Desde una visión tecnológica, se podría rellenar la playa con arena.
Si bien es una opción costosa, el relleno implicaría la estabilización de las playas; lo cual, además de mitigar la erosión, mejoraría las condiciones para que las tortugas desoven, explica la bióloga Lilliana Piedra.
Por esto, construir infraestructura cerca de la playa es una de las causas que agrava la erosión, ya que la arena se queda estancada en la zona construida por lo que no vuelve a ser parte del sistema natural, comenta Barrantes.
Sin embargo, el oceanógrafo Lizano también agrega que prácticas como colocar rompeolas y relleno de playas suelen ser medidas costosas y temporales, es decir, ante los escenarios de aumento del nivel del mar, funcionarán por 20 o 30 años.
Ante esto, Barrantes explica que es urgente que las instituciones públicas tomen decisiones con criterio técnico, tomando en cuenta los riesgos que trae el cambio climático, “es fundamental decir qué sí se queda en la costa y qué no, aludiendo al ordenamiento territorial”, indica.
“¿Quién puede tener el mar?”, se pregunta el agricultor Aquiles Rodríguez. “Se sabe que cuando uno le quita al mar una hectárea, el mar lo recupera en otro lugar porque el mar nunca pierde”, cuenta con cierta desazón.
El agricultor con más de 72 años de vivir en Gandoca, expresa su preocupación ante el aumento de la erosión costera y espera que las acciones que se están tomando ahorita, no hayan llegado demasiado tarde.
Proyecto publicado en Delfino.
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