- Según datos del Sinac, pérdida ocurrió en últimos 73 años. Bosques marinos han sido afectados por quema de cañales, contaminación de las aguas del estero y hasta por el narcotráfico
“Los manglares se han secado por la ausencia del agua de los ríos (…). Les llega solo agua salada y los quema (…)”. Edwin Sandoval Quirós es comerciante y vive en el distrito de Pitahaya en Puntarenas. Allí llegó en la década de los 80 para trabajar en la temporada de zafra de caña. Relata como en ese entonces el mangle llegaba a 300 metros de la plaza de Pitahaya; hoy calcula que está a dos kilómetros de distancia.
En menos de 73 años el cantón central de Puntarenas perdió 866 hectáreas de manglar, situación que coloca a la ciudad en un sitio de vulnerabilidad ambiental, especialmente ante los embates del cambio climático como la erosión costera o la amenaza del incremento del nivel del mar.
Los datos de esta pérdida histórica constan en el Plan de Humedales del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) y lo confirman imágenes satelitales del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y un informe de la Contraloría General de la República (CGR). El problema afecta a todo el golfo de Nicoya, con una pérdida total de 2.431 hectáreas de manglar, lo que equivale al 76% del territorio del distrito central de Puntarenas.
De la pérdida total en el golfo, 35% se concentra en los manglares del estero de Puntarenas. La economía de los porteños se degrada conforme se destruyen los manglares porque baja la fertilidad de la fauna, hay mayor riesgo de inundaciones y el turismo pierde oportunidad de promoción por la contaminación del espacio.
Los manglares suelen ser poco apreciados por su estética fangosa, pero estos bosques representan la transición del ecosistema terrestre al marino. Las raíces de los mangles que allí se ubican son capaces de crecer por encima y por debajo de los suelos húmedos, por eso, estos árboles sí pueden crecer en agua salada y son capaces de proteger las costas. Además, sirven de escudo natural al absorber más dióxido de carbono (CO2) que los bosques terrestres.
Según el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), los servicios naturales (o ecosistémicos) que ofrecen los manglares pueden ascender a los $812 millones por cada hectárea. Este valor se desprende de las actividades productivas como la pesca, el turismo, las vías de circulación y por otro lado los que benefician al medio ambiente como el CO2 que absorben y la protección natural ante amenazas provocadas por el cambio climático.
Por ejemplo, en estos estuarios se da la reproducción de especies de gran interés comercial como corvina, pargo, camarón blanco y almejas. Además, son zonas de paso migratorio y refugio de más del 12% de las aves registradas en el país, entre esas el “colibrí de manglar” (Amazilia boucardi), endémica de Puntarenas y que se encuentra en peligro de extinción.
Puntarenas es conocida por sus camarones, sus peces frescos y sus moluscos. Eso no es casualidad. Estas especies comerciales gestan su ciclo de vida allí, en los llamados estuarios (conocidos popularmente como esteros).
Un estuario es el sitio aledaño al manglar donde converge el agua dulce con la salada, tiene un fango de arena que purifica los contaminantes y fomenta el balance de la red alimentaria de diversas especies. Según el Catie, entre 75% y 80% de los desembarques de la pesca son artesanales, de estos el 95% es del Pacífico y más específicamente del golfo de Nicoya. No es extraño que daños en los estuarios afecten tanto a los manglares como a todos los ecosistemas marinos y los habitantes de las comunidades.
Conforme los manglares decrecen los retos de Puntarenas se incrementan. Aunque no se puede relacionar directamente al cambio climático con la pérdida de manglares, los científicos coinciden en que sin estos bosques marinos, la erosión es mayor y hay menor contención natural contra las inundaciones y catástrofes ambientales. Esto es especialmente notorio en las comunidades porteñas aledañas, donde el 74% de personas tiene un índice de desarrollo social de bajo a muy bajo, según datos del 2018.
Para Edwin Sandoval es claro que la alteración de los ecosistemas como los ríos y manglares aumentan la vulnerabilidad de las comunidades puntarenenses. Él comprende que el cambio climático llegó para quedarse.
Lo mismo piensa Carlos Bravo Murillo, otro pescador artesanal: “Antes, en siete horas uno sacaba 600 pianguas, cuando la marea se vaciaba. Hoy trabajé esas horas y logré agarrar solo 75. Con eso tengo que hacerle frente a mi hogar”. Según denunció, los daños principales los ocasionan los derrames de diésel, aceite y químicos sobre las aguas del estero de Puntarenas.
“Antes daba gusto bañarse, ahora esto es como un charco donde se ve fauna marina con alteraciones genéticas por tanta contaminación (…) antes era tan profundo que solo las personas que nadaban bien podían ingresar, ahora todo se ha rellenado y como consecuencia hay más inundaciones”.
“Aunque nos duela tanto a los porteños, esto se está convirtiendo en un charco. Yo conocí una Puntarenas diferente, hoy está contaminada, pobre y sin oportunidades”, concluyó el pescador.
La historia del deterioro
Seis son las principales razones que explican la destrucción del manglar porteño.
1- Los negocios y el agro.
Las primeras intervenciones y talas del manglar en Puntarenas tuvieron que ver con la producción de carbón, hacer tinta para teñir cuero, estanques de salinas y cultivos de camarón. También existen registros de inicios del siglo pasado de cuando se transportaba el hielo con aserrín por los canales de mangle que eran el conector principal de los poblados con el puerto de cabotaje.
“Comienzan a talar poquito a poquito hasta ampliar significativamente sus parcelas (…) la expansión agrícola provocó la tala de numerosas hectáreas para monocultivos, estos cultivos están en terrenos que hace años fueron manglar”, aseguró Alejandro Sotela, biólogo marino de la estación de guardacostas, del Ministerio de Seguridad Pública (MSP) en Caldera.
2- Las personas.
Puntarenas tuvo la primera playa turística del país y el primer puerto comercial lo que aumentó los negocios y el crecimiento demográfico.
Miguel Cifuentes, experto en ecosistemas del Catie, aseguró que ante la ausencia de políticas de conservación en ese momento, el impacto generado por la proliferación de la industria lo sufrieron estos ecosistemas. La legislación que se fue adoptando disminuyó el ritmo de la tala de árboles significativamente; si el ritmo inicial se hubiese mantenido ya no habría bosques de mangle, indicó.
3- Malas prácticas agrícolas.
Alejandro Sotela indicó que la contaminación de hidrocarburos ha sido significativa en las aguas puntarenenses, así como la causada por los residuos de la caña que se generan como parte de la industria de producción de azúcar ubicada en la zona.
Sotela afirma que antes el Ingenio El Palmar lavaba la caña y la dirigía a un río lo que generaba una mortalidad significativa de peces. La Comisión Salvemos Puntarenas logró trabajar en conjunto con la empresa para hacer estanques y que esos desechos los usen para regar las plantaciones.
Otro avance de esa comisión, la cual ya no existe, fue trabajar con las pangas o embarcaciones artesanales que tenían la costumbre de derramar el aceite, gasolina, residuos sólidos, líquidos u otros residuos al agua que también representan parte de la contaminación. “Hace menos de seis años una barcaza se volcó con 180 toneladas de nitrato de amonio cerca de la costa porteña”, explicó Sotela. Sin embargo, la mayor contaminación la traen periódicamente los ríos Tempisque, Barranca y Tárcoles, arrastrando desde cuenca arriba basura y aguas negras.
4- Las quemas de los cañales.
El gerente del Ingenio El Palmar, Alejandro Miranda Lines, declaró que actualmente la empresa cosecha solo el 30% de la caña en verde, es decir, de manera mecánica. Eso significa que el otro 70% de la caña para producir azúcar se cosecha quemando cañales. Eso la empresa lo hace amparada en el permiso que establece el decreto ejecutivo del MAG-35368.
El Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) establece un protocolo de quemas que estipula que no debe haber viento al realizarlas, para evitar que se salgan de control. Sin embargo, la temporada de cosecha de azúcar generalmente coincide con la llegada de los llamados vientos alisios que se intensifican en dirección a Puntarenas.
Miranda dijo que ingenio El Palmar quema esas proporciones de caña amparado en la ley, pero señaló que otros parceleros tienen costumbres perjudiciales y también que hay muchas amenazas por quemas vandálicas.
“Durante seis años estuvimos sin quemar absolutamente nada, hasta nos dieron premios, pero los costos, como el del combustible, se elevaron hasta un 20%. No es lo mismo meter una máquina en un cultivo con hojas secas que con hojas verdes”, dijo Miranda.
Según datos de la Contraloría de la República, 338 hectáreas de monocultivo de caña colindan con el límite del Área Silvestre Protegida del Manglar-Estero de Puntarenas y el borde de la desembocadura de ríos como el Aranjuez, Guacimal, Seco y Ciruelas. Solo una parte de ese terreno pertenece al ingenio El Palmar. Los ambientalistas coinciden en que hay áreas que por su cercanía e impacto no deberían de ser para uso de cultivos y mucho menos realizar su cosecha por medio de quemas.
La Sala Constitucional declaró con lugar un recurso de amparo en el 2004, por motivo de las quemas de cañales descontroladas, donde sentenció al MAG, Ministerio de Salud y Municipalidad de Puntarenas a intervenir. El recurso no aplicó para el Ingenio El Palmar porque se comprobó que actuaba bajo el principio de la ley.
5. Pesca ilegal y narcotráfico.
Otras de las amenazas que suman más riesgo a los ecosistemas costeros de Puntarenas es la pesca ilegal y el tráfico de sustancias ilícitas que se aprovechan de las condiciones de pobreza de muchos vecinos para involucrarlos y evitar que denuncien.
Miranda coincidió con Sotela en ambas causas. El gerente de El Palmar recalcó: “Nosotros antes denunciamos al OIJ las prácticas ilegales, pero nos pidieron encarecidamente que por favor ‘jaláramos’ de ahí porque ellos no podían hacer nada (…) “Si los ministerios no hacen su trabajo, ¿cómo quieren que la cosa mejore?”, insistió.
Hasta hace cuatro años no existían procesos específicos para gestiones de protección relacionadas a manglares o humedales. “Hasta ahora se está comenzando a implementar el protocolo de monitoreo de calidad de agua. Hay denuncias en el Tribunal Ambiental por descarga de aguas negras, jabonosas y desecho de residuos sólidos”, explicó la coordinadora del Plan Nacional de Humedales, Jacklyn Rivera.
El gestor ambiental de la Municipalidad de Puntarenas, Guillermo Brenes, comentó que las personas no pueden pensar en proteger el ambiente cuando tienen necesidades básicas que no pueden cubrir. Señaló los retos del municipio con el manejo de aguas residuales pues, por ejemplo, en zonas como en El Cocal se vierten directamente al estero.
6. Sedimentación.
“Visualice a un árbol que con el tiempo queda enterrado vivo por la arena que lo empezó a rodear. Este fenómeno imposibilita la circulación de botes en marea baja, incluso los que son artesanales”, detalla Sotela. Esto ocurre por los movimientos de tierra y trabajos en los alrededores de los ríos.
Esta situación también afecta a los guías turísticos y propietarios de embarcaciones que pagan su impuesto de uso de espejo de agua, y principalmente el patrullaje de los guardacostas que dependen del horario de la marea.
No todo está perdido
En el 2020 se inició la recuperación de 300 kilómetros de manglar mediante la apertura de canales para que ingrese agua salada, un proyecto gestionado por el Catie. Los resultados son bastante esperanzadores y prometedores, asegura la bióloga filipina especialista en manglares, Jurgenne Primavera, quien ha estado en dos ocasiones en el Golfo de Nicoya; ella es optimista en la medida en que se involucren más la comunidad y las autoridades.
Algunos cálculos del Catie sugieren que proteger los manglares de Puntarenas y recuperarlos podría contribuir a reducir hasta en un 70% las emisiones de dióxido de carbono que se emiten cada año en Costa Rica.
Según la bióloga, los manglares ofrecen beneficios inmediatos a la región pero los proyectos de restauración se tienen que gestionar bien entre los gobiernos locales, las organizaciones no gubernamentales y los miembros de la comunidad.
Un ejemplo notable es el proyecto Manglar Puntarenas, impulsado por la bióloga Milagro Carvajal de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), donde se han realizado diferentes campañas de recolección de residuos y reforestación. El principal objetivo del proyecto en desarrollo es elaborar un programa de educación ambiental en Fray Casiano, una comunidad aledaña al manglar. El proyecto académico facilitó herramientas para que se pueda realizar turismo local, por medio de la identificación y promoción de la biodiversidad del entorno.
Reportaje publicado en La Nación.
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