Por Anyi Ospino Ríos
– “¿Alguien vio a Trevor?”
Celeste pregunta por Trevor tras su primer buceo del día. Ella pregunta, con su usual curiosidad de investigadora, por su fiel acompañante de buceo: un caballito de mar. Lo memorable en Trevor es que la ha acompañado a ella, y a nueve biólogos más, mientras restauran corales a 150 metros de la orilla del mar en Bahía Culebra. Para estos biólogos el mar es una extensión de sus hogares.
Una vez que zarpan del muelle de la marina de Península Papagayo el 27 de marzo del 2021 a las 7:45 de la mañana, sus miradas transmiten aplomo y denotan una fuerte convicción: la de preservar este planeta y sanarlo. Los interrogantes que saltan de manera general en todos son ¿qué hay de nuevo?, ¿estarán en buen estado las estructuras?, ¿qué tanto crecieron los corales?, ¿estarán bien?.
En ruta hacia la primera zona de restauración entre risas, bromas y el vaivén de las olas, recapitulan la agenda del día: primero llegar a Guiri Guiri a las 8:30 de la mañana para limpiar las estructuras y monitorear el lugar y el progreso de crecimiento de los corales. Este equipo de apasionados científicos planta fragmentos de coral en estructuras metálicas que, tras nueve meses de cuidado, podrán ser trasplantados a arrecifes que requieren ser restaurados.
Además, llevan un censo de las especies que llegan a refugiarse en los sistemas en los que plantan. Las estructuras resultan ser un vivero submarino que también da refugio a cardúmenes de peces, caballitos de mar, tortugas, tiburones nodriza, entre muchas otras especies que llegan a estos lugares gracias a las formas que poseen. Los biólogos trabajan con cuatro tipos de sistemas sumergibles que llaman, según la forma que tienen: tendederos, marcos en A, árbol y arañas. Cada estructura brinda diferentes ventajas para el crecimiento de los fragmentos de coral.
Sònia, otra de las científicas a bordo, menciona que desde 2019 al momento han replantando corales en dos sitios, han colocado 36 estructuras y han plantado más de 3.000 fragmentos de coral. Ante la impresión por la última cifra, ella solo sonríe con humildad, y es un contraste apabullante, su aplomo ante la perplejidad de quienes no somos biólogos. Ella no se queda en la reacción que producen esas cifras, sólo continúa comentando acerca de la importancia que tienen los corales en el planeta.
“Los corales funcionan como una barrera protectora en las costas, contrarrestan el aumento del nivel del mar; pese a ocupar solo el 0,1% de la superficie de los océanos albergan al 25% de la vida marina y sus funciones no paran ahí; más de 275 millones de personas en el mundo dependen de ellos para su alimentación y medios de subsistencia.”
La rapidez con la que se observan los efectos negativos del cambio climático en la Tierra no cesa, de eso saben a la perfección estos científicos. Actualmente, la toma de conciencia y los cambios en los hábitos de consumo no son suficientes, se necesitan soluciones pragmáticas como la restauración biológica para lograr la recuperación de aquellos ecosistemas que han sido degradados o destruidos, así como conservar los que todavía siguen intactos.
Costa Rica, a pesar de su riqueza natural, no escapa a estas amenazas, y los efectos de la degradación de ecosistemas son también visibles. Los corales en mares nacionales están en peligro debido al aumento de temperatura del agua en el fondo marino, la acidificación oceánica, la sedimentación costera, la contaminación y la competencia del alga invasora Caulerpa sp. En los años 90, por ejemplo, la cobertura coralina en Bahía Culebra oscilaba entre un 60% y un 80%. Hoy hay apenas entre un 3% y 5%, afectando directamente las especies nativas, la pesca de valor comercial y el turismo de buceo.
La restauración biológica da paso a la posibilidad real de tener esperanzas para sanar el planeta y preservar la vida en la Tierra. Esa es la constante en esta embarcación; nadie a bordo quita el dedo de la línea sobre la necesidad de restaurar el planeta, pues están conscientes de la alarmante situación.
El Estado de la Biodiversidad 2014-2018 señala que la cobertura de biodiversidad marina ha disminuido. Esto incluye manglares, playas, arrecifes y pastos marinos, donde especifica que la cobertura arrecifal de corales en general tiene solo un 30% y esta tiene una tendencia a la disminución. Las conclusiones solo exponen parte de los cimientos de la crisis social derivada de la desigualdad en la obtención de servicios ecosistémicos que se vive en todo el planeta, así como la necesidad de crear políticas públicas sólidas que sean el centro y el motor para preservar la vida en la Tierra.
Entre cada inmersión Juan José, quien coordina el proyecto, cuenta el curioso inicio de la idea de restaurar corales en el país “Resulta que Tatiana Villalobos una de las coordinadoras de Rasing Coral, mientras estudiaba la carrera de turismo ecológico llevó su curso de buceo en Guanacaste, salió desmotivada porque vio que los arrecifes estaban hechos una desgracia; entonces entre el grupo de estudiantes se pusieron a pelotear a ver qué hacían, cómo montaban algo y nos contactaron a Celeste, a Jorge y a mí”, narra.
“Hubo una reunión muy bonita. Se junta el INA, llegan capacitaciones de Colombia, se junta Joanie Kleypas de Estados Unidos, el CIMAR y empezamos a trabajar en Golfo Dulce; y desde ahí han ido surgiendo más proyectos en los que uno engrana al otro, y así fue como comenzamos a trabajar en Guanacaste”, cuenta con orgullo. El inicio de todo resulta ser más que una bonita historia, ya que demuestra cómo la organización de unos pocos puede de a poco lograr cambios, ellos con la posibilidad de restaurar todo un ecosistema, ser parte de la solución en medio de la crisis climática del planeta.
Al proyecto de restauración coralina de Bahía Culebra se sumó la Agencia de Cooperación Alemana para el Desarrollo (GIZ), el Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR) de la Universidad de Costa Rica, el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), Península Papagayo como empresa privada, y es así como encajan diferentes actores en una alianza público-privada para hacer posible la conservación de los arrecifes en Bahía Culebra para mitigar los efectos del cambio climático.
Huele a sal y la brisa es fuerte en medio del mar al final de la jornada, cerca de las cuatro de la tarde. Las preguntas que surgen no se limitan a los corales, no van solo en una dirección, no provienen de una sola persona; aunque se hilan entre ellas a la perfección y afloran los mayores temores: “¿Qué nos puede pasar como especie?, ¿Qué le pasará al planeta si no se revierte el daño ocasionado?” porque como especie no contamos con otra Tierra; sin embargo consumimos como si ese fuera el caso. Según datos de ONU Medio Ambiente, la humanidad utiliza alrededor de 1,6 veces la cantidad de servicios ecosistémicos que el planeta puede producir.
“Son los pequeños momentos como con Trevor los que hacen especiales cada gira” dice Celeste a las 7:30 de la noche, mientras mordisquea un brownie, que ha sido muy cotizado por las diez personas al rededor de la mesa en forma de barco en la que cenamos. En la misma mesa en la que ellos hacen hincapié en que todos los que vivimos en el planeta estamos en el mismo barco, que todos tenemos el mismo poder: la acción, que no existen categorías de superioridad o inferioridad a la hora de trabajar por la conservación del medio ambiente y la preservación de la vida.
Reportaje publicado en Noticias Repretel
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