- Para el 2100, el aumento del nivel del mar causará más de 1000 inundaciones al año en el Pacífico Central. Hoy se inunda 42 veces. Quepos, Puntarenas Centro y Esparza están en el proceso para tener un Plan Regulador Costero, pero -de momento- no incluirán esta variable ni a sus pueblos que hoy se inundan.
- En 10 años, el gobierno y estas tres municipalidades invirtieron 32 veces más en reparar desastres naturales que en prevenirlos. Actualmente no hay un plan de reubicación para las familias.
El Cocal de Quepos es un pueblo escondido al norte de Puntarenas. Escoradas entre el mar y el estero viven 500 familias. Karen Collado tiene allí su casa desde siempre. Cuando era niña jugó por horas entre las olas de este mar, pero ya no le tiene confianza. Ahora le advierte a sus hijos que no se metan “tan adentro”.
EscucharLos niños no hacen caso, están acostumbrados. El mar allí es una presencia constante: lo primero que ven al salir al patio por las mañanas y lo que varias veces los ha despertado en medio de la noche, cuando el agua salada inunda sus cuartos en los meses de invierno.
“Este no es el mar con el que yo crecí”, asegura Karen, de 30 años. Si uno camina por la lengua de tierra entre el manglar y la playa, algo pareciera darle la razón, porque hay restos de palmeras que han sido arrancadas donde antes el agua no llegaba.
Antes, el mar era un vecino más frente a su casa. Karen confiesa que es lo que hace a su hogar hermoso y tranquilo. Quien supiera entender sus cambios de humor, encontraba -más allá de la arena- a un amigo y una fuente de trabajo por la pesca.
Hoy, su voz y genio han cambiado. Algo le inquieta, y ha empezado a meterse con furia en los hogares de quienes antes ayudaba.
Una investigación de Ojo al Clima y Punto y Aparte, mediante entrevistas con expertos, revisión de documentos y grupos focales en tres comunidades costeras —El Cocal, Caldera en Esparza y El Carmen de Puntarenas— revela que sus tres municipalidades carecen de planes para lidiar con el aumento en el nivel del mar, que sigue subiendo.
Esta inacción estatal pone en peligro a cientos de familias, la mayoría de ellas en condiciones de pobreza, que no tienen a dónde ir.
Este vecino acuático irrumpe 42 veces por año en las playas puntarenenses, según el Informe de Creación de Escenarios en la Ciudad de Puntarenas del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar) y la Escuela de Geografía de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Si las proyecciones actuales se mantienen, para el 2050 las inundaciones en esta región se repetirán 391 veces al año y en el 2100 hasta 1.141 veces. Puntarenas se anegaría desde el estero, hasta el Paseo de los Turistas.
Quepos, Puntarenas Centro y Esparza, se encuentran en el proceso de diseño de planes que puedan ordenar sus costas, pero ninguna de las tres municipalidades toma en cuenta que hay hogares que van a desaparecer.
Por el contrario, sus acciones parecen sugerir que la mejor forma de apaciguar al mar es dejarlo que siga su curso. En el periodo de 2007 al 2017, el Estado y estas tres municipalidades invirtieron 30 veces más en reparaciones por desastres naturales, que en su prevención.
No existe un plan de reubicación para las familias de estas tres comunidades, pero sí la seguridad de que en 32 años el mar que hoy las acecha se habrá terminado de comer la playa. En 82, todo el pueblo.
Terrenos ahogados
Las comunidades costeras saben que el mar lleva su propio ritmo, pero en las últimas décadas el efecto del cambio climático hizo que creciera de forma alarmante y violenta.Dos grandes factores promueven que el nivel del mar aumente: la expansión térmica y el derretimiento de los casquetes polares.
El primero funciona igual que cuando se pone agua a hervir en un olla. El agua se calienta por el aumento de las temperaturas globales y su volumen sube sobre las costas y la inunda.
En el caso del segundo, es un efecto doble. El aumento de temperatura derrite los casquetes polares y liberan agua; pero no es agua cualquiera, es dulce. El agua dulce tiene menos densidad que el agua salada, eso la hace más voluminosa.
Este fenómeno va a empeorar para el año 2100. Eso significa que, en lugares como en El Cocal, el mar correría 1,88 km2 y ahogaría 1,5m. En donde hoy juegan niños, mañana el agua le llegaría hasta el pecho a un adulto.
En Caldera, el océano entraría 2 km desde el puerto hasta el poblado con un alto de 50cm.
Este panorama es optimista, es decir, sólo se cumpliría si a nivel global, se logra reducir las emisiones de gases industriales y limitar el aumento de la temperatura a un 1,5 °C en lugar de 2°C para 2100. El Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente, advierte que llegaremos a 3°C.
El informe tampoco toma en cuenta factores como tormentas o el fenómeno de El Niño, cada vez más frecuentes según el Instituto Meteorológico Nacional.
Además de Quepos y Caldera, el estudio encontró que es probable que otras 6 costas también queden permanentemente inundadas. A Playas del Coco, Tamarindo, Sámara, Golfito, Moín y Cahuita les espera el mismo destino. Aún quedan escenarios individuales por hacer para cada zona de Puntarenas, pero en Barrio El Carmen, los muros de las casas ya están podridos de tragar agua.
Escuchar“El impacto económico es que los centros se van a tener que mover, porque el mar coloniza otras áreas. Por ejemplo la ruta 27 en Caldera”. destaca, Melvin Lizano, geógrafo que trabajó como parte del informe. “Ya ahí hay un costo económico de varios millones de colones. No se le ha dado a las costas la importancia que realmente tienen para el país”.
Lo que se moja, se daña
De El Cocal, en Quepos, salen todas las mañanas pescadores en sus botes y el lugar se transforma en un pueblo de madres y niños.
Las casas tienen vista a la playa porque están construidas encima de ella. En la parte trasera tienen muros improvisados con sacos de arena, bloques de cemento, llantas o latas oxidadas por la sal, que son una súplica al mar para que deje de invadir sus hogares.
Karen Collado, vive en esta playa angosta. Sentada en un centro comunal donde aturde el sonido de olas, cuenta su historia junto a otras cinco familias. Este setiembre del 2018 experimentaron la peor marea que recuerdan.
Escuchar“Vivo detrás del lote de la casa de mi mamá, pero vivo cerca de la playa y en todas las mareas, la de este año fue la peor porque me llegó hasta la casa. Incluso tengo otra hermana que vive en frente mío y a ella le pasó derecho”, relata inquieta.
Tras 20 años de estar junto al mar, aclara que vivir en El Cocal es caro porque todo lo que se moja, se daña. Cuando hay lluvias fuertes, el mar no es el único que crece; se le une el estero y los habitantes de El Cocal quedan atrapados entre dos esperpentos de agua.
Las familias saben que sus casas se inundan y entienden que deben irse, pero conseguir dinero para hacerlo solos, es casi imposible, según Mileidy Zúñiga, su vecina. El negocio de la pesca está malo y su esposo gasta más en carnada que lo que se gana en el día.
Escuchar“Hay veces donde se gana solamente 10 mil colones en la pesca, a como hay veces que le puede ir muy bien, pero es para pagar deudas. Ahora los lotes no bajan de 14 o 20 millones y es que, ¿de dónde vamos a sacar un lote nosotros?”, comenta molesta.
La tasa de desempleo a nivel nacional se posiciona en 9,4%, pero en las costas puntarenenses de la Región Pacífico Central, se dispara al porcentaje más alto del país con 14.9%, según la Encuesta Continua de Empleo del III trimestre del 2017 del Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INEC).
También para el 2017, esta zona registraba la tasa más grave de pobreza, con un 29,9%, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Hogares 2017 del INEC.
Para comunidades que dependen de una buena semana de pesca, el aumento del nivel del mar complica el sustento de sus trabajos, explica Jorge Cortés, biólogo marino del Cimar. El exceso de agua salada también destruye los hogares de especies bajo el agua: los manglares.
Escuchar“Son lugares de crianza de muchas especies juveniles, como corvinas y camarones. Lo que ha pasado cuando sube el nivel del mar es que el manglar emigra tierra adentro. El problema es que lo que hay detrás ahora es una carretera o un pueblo y ese manglar no va a poder moverse hacia atrás”, asevera.
Cuando muere el manglar, las especies económicamente importantes de la zona emigran.
El impacto va más allá de la pesca. Cuando un turista visita la costa, activa una cadena de consumo de bienes y servicios—como comida y combustible— que generan ingresos en diferentes ámbitos de la economía nacional, señala la economista de la Universidad Nacional, Mary Luz Moreno.
Sin costas, esto se pierde. Es una secuela en la falta de empleo e ingresos; para la zona y todo el país
Para intentar aliviar el malestar, desde hace 40 años la Ley sobre Zona Marítimo Terrestre Nº 6043 del Instituto Nacional de Turismo (ICT) demanda a las municipalidades ordenar sus territorios, pero la normativa deja a criterio del municipio si incluyen o no variables de cambio climático, como el aumento del nivel del mar.
Lo más preocupante es que es legal que se ignoren comunidades costeras como El Cocal y Caldera, porque están construidas sobre Zona Marítimo Terrestre. Aunque los pueblos llevan décadas aquí, las tierras le pertenecen al Estado por su cercanía con el mar.
No prevenir le sale caro al Estado
En Costa Rica, a cada municipalidad le toca ordenar su propio territorio. Con el presupuesto que le otorga el Estado debe hacer estudios de desarrollo económico y fragilidad ambiental. El resultado de ese proceso se conoce como un Plan Regulador.
Los Planes Reguladores no son una pomada canaria y tampoco pueden impedir que la casa de Karen en El Cocal se siga ahogando. Sin embargo, pueden ser la fórmula para que el país trace un camino para responder al cambio climático, que amenaza a miles de familias.
El procedimiento es largo y requiere de mucha voluntad política. Muchísima. La normativa establece que quien debe asumir los costos, es la municipalidad, por lo que cumplir con los estudios mínimos, es difícil.
Se inicia con una propuesta del Concejo Municipal y le corresponde al Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) determinar si en la región hay Patrimonio Nacional del Estado: ecosistemas naturales como bosques, reservas nacionales o zonas vulnerables como el Cocal y Caldera.
Después, el plan pasa a la Secretaría Técnica Ambiental (Setena), que establece los Índices de Fragilidad Ambiental, y al Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU), si es urbano, o al ICT si es costero, para su aprobación.
Actualmente el ICT no tiene una lista de información con la cantidad de zonas que deberían tener un plan regulador costero, a pesar de que ellos son quienes los aprueban.
En la provincia de Puntarenas hay un total de 51 Planes Reguladores Costeros, de acuerdo con datos del ICT. 38 de ellos se hicieron antes del año 1999 y no han sido renovados para considerar los efectos del cambio climático. La costa que era amplia, hoy funciona más como un recuerdo.
Los planes nuevos se pierden entre la burocracia y para el momento en que se aprueban, lo que quieren regular ya cambió.
Por ejemplo, en la Municipalidad de Esparza el proyecto para el Plan Regulador Costero del Manglar Mata Limón está en la mesa desde el 2010, pero necesitan que el Sinac delimite el Patrimonio Nacional del Estado. En Quepos, por su parte, esperan desde el 2011 por el plan de Playa Espadilla.
Francisco Jiménez, encargado de la sección responsable en el Sinac, argumenta que no se ha hecho “debido a poca disponibilidad de recursos”.
En Puntarenas, el trámite ni siquiera ha dado inicio.
Ojo al Clima consultó a los departamentos de Zona Marítimo Terrestre y Gestión Ambiental de las Municipalidades. Las tres admitieron que el plan en desarrollo podría afinarse. Ninguno lleva un censo actualizado de cuántas personas viven en la zona costera y falta incorporar estudios de cambio climático. Además, alegan que los poblados son ilegales.
Mientras las municipalidades y las entidades nacionales deciden quién debe hacerse cargo, las familias costeras siguen en riesgo. Una de ellas es la de Mercedes Rosales, ama de casa de 78 años. Si usted ha transitado por la ruta 27 entrando a Caldera, es probable que haya visto su casa.
Entre un techo de lata y un suelo lleno de arena que cruje cuando se maja, su casa es una isla entre la pista y la playa. Aquí ha vivido Mercedes desde que ella tiene memoria. Alrededor: un pueblo fantasma. Mercedes no ha pasado un septiembre tranquila desde el 2012.
Escuchar“(Esta fue) la peor (marea) en oleaje. La del 2012 fue en arena. Pero es que esta de ahorita pasaba por encima. El oleaje que hubo pasaba por encima de la casa. Cuando nosotros vimos eso, dije ‘aquí nos bota la casa’ porque a como se ve. Ya después bajó”, dijo algo exhausta.
La falta de compromiso descuida a cientos de habitantes y tampoco monitorea al mar. Es decir, lo que ocurre actualmente con El Cocal y Caldera, puede ser el futuro de otros pueblos que se construyen en donde hoy es permitido.
No prevenir puede salir caro.
En el periodo de 2007 al 2017, los desastres naturales causaron pérdidas de más de ₡32.000 millones en Quepos, Puntarenas y Esparza, según datos que las municipalidades de esos cantones dieron a la Contraloría General de la República (CGR) y los reportes anuales de daños de la CNE.
Ese dinero equivale a tres veces lo que se invirtió en remodelar el Puente Alfredo González Flores (₡9.400 millones según el Ministerio de Transportes durante el 2017).
De diez decretos por desastres naturales en esta década, ocho corresponden a fenómenos de carácter hidrometeorológico como “inundaciones”, “tormentas tropicales” y “tormentas eléctricas”.
La cifra se vuelve preocupante cuando se compara con lo que han invertido las tres municipalidades en prevención. Con los rubros de “Protección al medio ambiente” y “Planes Reguladores” se suman solo ₡1.000 millones.
Se crea un ciclo vicioso en donde se invierte poco en prevención, porque la mayoría debe destinarse a lidiar con las consecuencias que afectan de forma próxima.
Las medidas que toma la Comisión Nacional de Emergencia por aumento del nivel del mar son las mismas que para las inundaciones; tener un botiquín listo y desalojar, pero volver a lugar una vez que baje el agua, de acuerdo con Lidier Esquivel, jefe del Departamento de Prevención y Mitigación.
“Lo que insistimos es en el desarrollo de sistemas de alerta temprana y en la necesidad de una adecuada planificación del territorio. Si no, seguimos asumiendo pérdidas. Eventos como Nate y Otto lo que hacen es sumar costos”, recalca Esquivel, de la CNE.
El país aún debe más de ₡200 millones en costos de reconstrucción por los daños del huracán Otto y la tormenta Nate, según dijo a Ojo al Clima el viceministro de Egresos, Rodolfo Cordero. Estos sistemas de alerta significan enseñarles a las comunidades a dejar sus casas, pero ninguna de las tres municipalidades tiene un plan de reubicación. Así, se vuelve más difícil convencer a las personas de que el lugar en que crecieron sus padres, ellos y sus hijos, es inhabitable.
Advertida por la Municipalidad de Esparza, Mercedes hace caso omiso y planea hacerse un cuartito en una segunda planta para ver el mar pasar, si se le inunda el primer piso.
Escuchar“Yo no quiero salir de aquí. Quiero quedarme hasta que Diosito me jale a cuestas. Pero me gustaría que se compusiera todo eso de la marea. Que hicieran unos espigones. Con eso que hagan unos malecones, eso cambia mucho. Ya se limpiaria todo esto”, dijo Mercedes decidida.
Movernos es hoy: es ya
Mercedes pide unos espigones, unos malecones; pero en el Barrio del Carmen, en el centro de Puntarenas, no les fue tan bien con la idea.
Todo huele a pescado y los días se pasan entre pescadores que hilan sus carnadas y niños que se trepan al muro de contención que abraza toda la costa. Se elevó en el 2017, pero el agua aún se escabulle.
El hogar de Suzy Briceño, ama de casa de 73 años, queda a tres cuadras del muro. El agua lo traspasa y se mete por las alcantarillas.
Escuchar“A mi me pasó una vez (cuando se inundó) que yo no sabía que la marea estaba alta y oía a los vecinos en la calle como a las 3 de la mañana. Nadie me dijo nada y yo me levanté y casi me caigo en lo que puse un pie dentro del agua. El agua estaba dentro de mi casa”, relató con resignación.
El mar pareciera ser un amigo con el que los pueblos están jugando escondido, pero que eventualmente los va a encontrar. Para el aumento del nivel del mar ya no hay cura, pero un remedio mucho más efectivo que esperar es comenzar a adaptarnos, pronto.
En Costa Rica la normativa deja en manos de los gobiernos locales decidir si se integra la variable de cambio climático o no. Pasa en las costas y en el centro.
Un ejemplo de esto es que, de 61 municipalidades consultadas, sólo ocho tienen una oficina de gestión del riesgo de desastres. Además, apenas 17 cuentan con un Plan Cantonal de Desarrollo Humano que tome en cuenta el cambio climático, según el Informe del Programa del Estado de la Nación de 2017.
Además, el periodo para el que se planifica en los Planes Reguladores Costeros, es de 5 a 10 años, según la la Ley sobre Zona Marítimo Terrestre Nº 6043 del Instituto Nacional de Turismo (ICT).
Esto es insuficiente y peligroso, recalca Kifah Sasa, oficial del Programa de Desarrollo Sostenible y Residencial del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “Se tiene que visualizar ese plan regulador no hoy, no ahora, sino 20, 30 o 50 años”.
Melvin Lizano, de la Escuela de Geografía de la UCR, concuerda y destaca que “se tienen que redefinir las áreas cercanas al mar donde se puede construir, porque esto va a cambiar”.
El 17 de octubre de 2018 el Fondo Verde del Clima de las Naciones Unidas (GCF por sus siglas en inglés) donó ₡1.637 millones para que las municipalidades puedan ejecutar la Política Nacional de Adaptación del Ministerio de Ambiente y Energía de Costa Rica (Minae).
Escuchar“Posiblemente comencemos ejecución a inicios del próximo año. Lo claro es la intención es comenzar a trabajar en las municipalidades que tienen más vulnerabilidad a los efectos del cambio climático”, detalló Andrea Meza, Directora del Departamento de Cambio Climático del Minae. “¿Cuáles prioritarias?, todavía por definirse”.
Es una nueva oportunidad, pero para que sea una adaptación integral, se debe dejar de ignorar a las poblaciones.
A pesar de todo, Melvin es optimista y, aunque ya no se puede salvar la playa completa, confía en que una buena gestión y administración puede ser la clave para dar una vida digna a quienes viven en ella. “Esto es algo que no va suceder de hoy a mañana, lo que nos da cierta ventaja”.
Aún hay tiempo para que los habitantes de esta costa puedan caminar.
Proyecto publicado en Ojo al clima
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